Ziryab el músico

Ene 30, 2010 | Bodegas Mezquita, Córdoba, Restaurantes Córdoba

En lo que hoy es Irak, hace mucho tiempo vivía un hombre que tenía la piel oscura, su voz era dulce como la miel y sus ojos hermosos y profundos. Se llamaba Abdul-Hasan Alí ibn Nafí, y había pasado la noche en vela  escuchando el sonido del viento de poniente.

 

Tenía la certeza de que eran posibles nuevos sonidos en la música y su preocupación por este novedoso descubrimiento le llevaban a pasar las noches mirando las constelaciones del cielo de Mesopotamia.

 

La llegada del día contrariaba a Abdul, pues le distraían de su peregrina búsqueda. Una de mañana, un Ziryab (mirlo negro), se posó en el alféizar de su ventana. No lo advirtió al pronto, pero su canto  le abrió el entendimiento. Abdul se sorprendió, pues nunca antes había reparado en el canto de los mirlos. De inmediato sus manos buscaron el viejo laúd de su maestro: Ishaq al-Mawsulí (que Alláh tenga colmado de bienes). Templo el instrumento y cantó.

 

El pájaro enmudeció en ese momento, y al cabo de un rato emprendió el vuelo.

 

Abdul se preguntaba, ¿no es suficientemente dulce mi voz para  él?, ¿Acaso no acepta las magistrales notas del viejo laúd de mi maestro?.

 

Esa mañana,  Abdul se sintió cansado y entró en un profundo sueño. Soñó con un águila y que una flecha de oro, la alcanzaba y le partía el corazón en dos, pero ésta no moría. Un imperceptible reguero de sangre roja, se dibujó sobre las doradas arenas de la antigua Babilonia, ese rastro marcaba la dirección de Bagdag.

 

Pasadas tres lunas, Abdul se encaminó hacia la corte de la mencionada ciudad que era gobernada en aquel momento por el califa Harum Al-Rashid.

 

El califa celebraba los festejos de su boda con la bella Ghazolan. Las puertas del palacio de Al-Rashid le fueron abiertas.

 

  • ¡Oh, bienaventurado príncipe de los creyentes!, hoy te traigo algo nuevo y hermoso, todo digno de ti y de tu desposada.

 

  • Tengo canciones de hombres y de ángeles, las de los hombres alisaran el lecho de tu amada, pero las de los ángeles te inundaran los sentimientos.. Tú eliges.

 

El califa no dudó en ningún momento.

 

  • Dame tu mejor música, dámela a mí y a mi bella Ghazolan. Dame la música que tú llamas de ángeles.

 

Abdul guardó el laúd de su viejo maestro Ishaq Al-Mawsulí, y busco entre su equipaje un nuevo instrumento. Era un instrumento de cinco cuerdas y no cuatro, como el laúd. Tenía una cuerda teñida de rojo, de un color parecido al reguero de sangre que dejaría un águila herida sobre las doradas dunas del desierto. Guardó su gastado plectro ?púa- de madera y de entre sus ropajes tomó una pluma de águila.

 

  • ¡Oh! Califa, el rojo de mi nueva cuerda representa el alma y todo lo nuevo que te traigo está en el alma. Solo te pido que escuches mi música con el corazón abierto y la conciencia en paz.

 

Apenas Abdul empezó a deslizar su nuevo e insólito plectro sobre la las cuerdas, el califa cerró los ojos.

 

Nadie sabe hasta hoy día que es lo que vio Harum Al-Rashid aquella tarde desde la penumbra de sus ojos cerrados.

 

Escuchó a Abdul en silencio, y cuando la vibración de la última nota se perdió bajo los arcos del salón del Califa, este habló:

 

  • Abdul-Hasan Alí ibn Nafí, has cantado con voz y sonidos tomados directamente de las aves y los vientos  de poniente. Has levantado un hermoso paraíso en mi interior en este día que jamás podré olvidar, mientras viva.

 

  • Es mi orden y mandato que te llames desde hoy con el dulce nombre del mirlo, te llamaras Ziryab.

 

  • También es mi orden y mandato que vayas inmediatamente a la lejana Córdoba. Debes presentarte ante mi hermano el Emir Al-Hakam, y poner tu música en sus oídos ahora enfermos. Alláh me ha hablado entre tus sonidos y me ha dicho que tú tienes la cura que le hará sonreír de nuevo. Parte inmediatamente y sé más rápido que la muerte que le acecha, pues del fondo de tu mágico laúd se desprende la luz de la vida.

 

Había pasado una luna desde la muerte de Al-Hakam cuando el músico Ziryab desembarcaba al sur del Al-Andalus. Había transcurrido demasiado tiempo desde que el Califa de Bagdag lo mandara cruzar el mar, pues había sido perseguido y encarcelado en Qariouan a causa de las envidias que despertaba su nueva forma de tocar.

 

Corría el año 822 y Ziryab con treinta y tres años se encontraba solo y abandonado en el puerto de Algeciras. En aquella situación decidió volver a las tierras del norte de África para ser un músico nómada, pero alguien le detuvo en el último momento.

 

  • ¿Eres tú el músico Ziryab?

 

  • Si, yo soy, ¿quién me busca? ?contestó Ziryab-.

 

  • Soy Abu Nasr Mansur, músico judío de la corte de Córdoba. Llevo cinco lunas esperándote.

 

Los largos años de peregrinación habían terminado para Ziryab, que precedido por su fama, era esperado con gran expectación en Córdoba que se había convertido en la referencia cultural de toda Europa, junto con Bagdag y Damasco.

 

Antes de llegar a la ciudad, Abd Al-Rahman II, que tenía la misma edad que el músico, y que compartía con él su pasión por los libros y la música, se complacía en enviarle una carta de bienvenida a las tierras del Al-Andalus, así como una bolsa con piezas de oro y el ofrecimiento de un palacio con su servidumbre. Tres días mas tarde, Ziryab sería recibido por el Emir en el palacio de Al-Russafa.

 

El músico encontró en Córdoba la prosperidad y el reconocimiento de su arte así como una fama sin precedentes. Fue un gran pedagogo e innovador de la enseñanza musical, y sus numerosas creaciones influenciaron notablemente la música arábigo-andaluza que ha llegado hasta nuestros días.

 

Hay quien dice que el Emir Abd Al-Rahman II, había soñado seis lunas antes de la muerte de su padre con un águila herida que levantaba el vuelo desde las doradas arenas de Babilonia, y que cruzando el mar sorteaba todo los peligros para finalmente posarse en el alféizar de las ventanas de su palacio.

 

Podemos decir, que gracias a este sueño premonitorio, la ciudad de Córdoba pudo contar con la presencia del músico Ziryab, que la impregnó con su conocimiento y le hizo el gran honor de fundar el primer conservatorio de música del mundo islámico y de occidente allá por el año 850 aproximadamente.

 

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